La luz de un hogar seguro

La luz de un hogar seguro

La luz de un hogar seguro

Había muchas cosas que a Jessica no le gustaban del apartamento donde solía vivir con su madre y su abuela en La Boca, Argentina: las ratas que vivían en el techo hacían mucho ruido y no las dejaban dormir en las noches, el agua que tenían no era potable y, además, el apartamento apenas las protegía del clima.

En los días de lluvia, el agua se metía a la casa. “No nos alcanzaban los baldes ni las ollas”, cuenta Jessica mientras recuerda cómo recolectaban el agua que caía por las goteras. En invierno, la casa era totalmente fría y, en verano, las maderas se calentaban, lo cual creaba un ambiente insoportable.

Además, la poca cantidad de agua que tenían para el baño y la cocina no era potable, por lo que no podían tomarla, ni usarla para cocinar o lavar la ropa. Sin embargo, lo que más le molestaba a Jessica era lo oscuro que era el apartamento y cómo no era seguro para su madre Esther y su abuela Amelia.

Esther tiene una discapacidad visual y vivía con el miedo constante de tropezar con cosas en el apartamento poco iluminado. Por su parte Amelia, quien tiene movilidad limitada, pasaba la mayor parte del día en la oscuridad de su cuarto.

Agotadas de vivir en una vivienda con esas condiciones, durante cuatro años buscaron una casa segura para mudarse, pero no encontraban una que pudiesen pagar o que estuviera en buenas condiciones.

Su situación es la misma que viven miles de argentinos. En el país, la falta de acceso al alquiler formal es uno de los principales problemas habitacionales en algunas ciudades donde este mercado se caracteriza por solicitar una serie de requisitos de ingresos difíciles de cumplir para un porcentaje importante de la población, ya que gran parte de la economía argentina es informal.

En Buenos Aires, alrededor de cien mil personas deben recurrir al mercado informal de alquiler para evitar quedarse sin vivienda. Prácticamente, sus únicas opciones de casa son habitaciones en pensiones, conventillos o residencias, que están fuera de todo tipo de control y regulación, por lo que suelen estar en pésimas condiciones, lo cual pone en riesgo la salud y la calidad de vida de sus inquilinos.

A pesar de esta realidad, Jessica y su familia no se dieron por vencidas. Un día, una amiga les contó sobre Hábitat para la Humanidad Argentina y el edificio Estela de Esperanzas; un proyecto de alquiler supervisado de Hábitat construido hace casi 10 años en un antiguo hotel/pensión. Está compuesto por nueve departamentos donde las familias acceden a una vivienda segura con un alquiler asequible, por un período de tres años, que es la duración normal de los contratos de alquiler en el mercado formal argentino.

Las nueve familias que habitan en Estela de Esperanzas cuentan con un subsidio gradual sobre el costo del alquiler que se reduce anualmente y, además, tienen la oportunidad de participar de capacitaciones en empleabilidad y emprendedurismo desarrolladas por Hábitat Argentina a través de alianzas con otras organizaciones.

Al escuchar toda la información, Jessica y su familia sintieron la alegría e ilusión de tener por fin una oportunidad real para encontrar un nuevo hogar. Rápidamente presentaron la solicitud formal y poco tiempo después, fueron informadas de que habían sido seleccionadas para mudarse al edificio.

“Fue una luz de esperanza”, asegura Jessica.

Su nuevo hogar tiene un dormitorio, un salón, un baño completo, un bonito balcón y muchas ventanas en todas las zonas de la casa con una gran luz natural. “Salir de esa oscuridad y venir a esta luz fue algo… ¡algo tan lindo!” confiesa Jessica.

Ahora pueden bañarse con agua limpia y caliente en vez de tener que comprarla, pueden cocinar sin preocupaciones en invierno y duermen toda la noche sin el ruido de las ratas.

“A las familias que están en la misma situación que estábamos nosotros les decimos que no pierdan la esperanza”
— Jessica, de Argentina.
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